Wes Anderson es de esos directores a los que uno ama u odia. No suele haber términos medios a la hora de criticar su vasta filmografía, pero nadie puede dudar de dos aspectos esenciales: es uno de los pocos representantes del cine de autor que aún resisten a la industria y a los avances tecnológicos - es decir, que saben como usarlos sin por ello perder su originalidad y sus marcas- y es un brillante constructor de universos. Cada uno de ellos es siempre muy colorido y muy similar a una maqueta llena de detalles, algo que no los hace baratos sino todo lo contrario. Hay una sensación de trabajo fino artesanal que transmite cada una de sus escenografías que es notable y hermosa. Una originalidad y creatividad que han sido elogiadas y apreciadas hasta por los críticos más reacios. The Grand Budapest Hotel es a mi parecer uno de los mejores filmes de la pasada temporada y sin dudas debe estar dentro del grupo de las nominadas para Mejor Película en la mayoría de las grandes premiaciones que ya dieron comienzo ayer con los Golden Globes.
La historia nos sitúa en Europa del Este, en la imaginaria y antigua República de Zubrowka, alguna vez cuna de un gran imperio. Al ser un típico pueblito del Este, da pie para la atemporalidad narrativa que el director busca desde la primera escena. Un escritor, que es el narrador de la historia, con un veloz flashback nos lleva a un pasado que ya parece demasiado lejano: la época en la que un lugar llamado The Grand Budapest Hotel estaba al borde de una inminente demolición. Nos encontramos con nuestro narrador de mucho más joven, hablando con el recepcionista de turno acerca de la decadencia del otrora legendario hotel. Casualmente en el hall de entrada se encuentra su viejo, excéntrico y millonario dueño, Mr. Moustafa (F. Murray Abraham) que lo invita a cenar para contarle toda la historia sin tergiversaciones ni mentiras. Con el segundo flashback consecutivo, ergo el mismo número de marcos dentro de la trama central, nos introducimos en la la nave central del filme.
M. Gustave (Ralph Fiennes) era en 1932 el primer conserje del establecimiento. Un hombre con valores y dispuesto a ir a fondo - literalmente hablando- para conseguir la lealtad de sus clientes, en su mayoría todas personas llenas de dinero. A ellos les presentaba una superficie muy amable y cálida que escondía una personalidad rapaz y trabajadora, dispuesta a sacarle el máximo beneficio al negocio. Básicamente M. Gustave es un hipócrita, pero eso no genera ningún tipo de repulsión ya que detrás de sus cuestionables medios hay un fin muy noble. Ingresa en escena Zero (Tony Revolori), el nuevo botones del hotel que se convertirá al poco tiempo en el aprendiz y confidente de M. Gustave. La relación entre los dos será tirante pero sólida y su experimentado jefe buscará enseñarle todo lo que sabe acerca del lugar y del negocio. Al dueño del Grand Budapest Hotel no lo conocemos, solo sabemos que es una presencia sombría que se presenta a cada mes para chequear los balances y luego se retira tan veloz y silenciosamente que como llegó.
El detonante del conflicto será la muerte de una de las amantes de M. Gustave, que seguida del posible inicio de una gran guerra desembocará en una serie de reflexiones acerca de la vida misma. Heredará una fortuna incalculable y una obra de arte de gran valor al mismo tiempo que la frontera se cierra definitivamente y se da inicio a la lucha bélica. En el camino al lecho de muerte de esta señora, Zero y Gustave comenzará una serie de aventuras a través de un continente teñido de rojo sangre. Día a día las cosas cambian y nada parece indicar que las cosas van a mejorar en el corto plazo, por lo que la lucha por esta fortuna y este cuadro se hará cada vez más ardua para los dos protagonistas.
Los insertos atemporales y comentarios inundan el filme pero nunca logran cansarnos o aburrirnos. Son muy bien utilizados por Wes Anderson y les dan mucho dinamismo a The Grand Budapest Hotel. Los cortes repentinos entre las muchas, variadas y coloridas escenografías son sensacionales y muy atractivos para la vista. De a ratos el filme muta en un policial dedicado a explicar la conspiración de la que en teoría M. Gustave es víctima.
Los contínuos enfoques violentos hacia adelante - un viejo recurso que bien utilizado nunca deja de ser eficaz- acentúan los lugares clave de cada escena y por poco que la cuentan sin la necesidad de que haya diálogo. La sincronización musical es perfecta y es lo que permite que esta apuesta técnica funcione sin fallas. La política está presente, no podía ser de otra manera, pero de manera sutil; con elementos importantes dentro de cada escena, algo que solía hacer un tal Stanley Kubrik cuando nos quería marcar una cuestión que subyacía por debajo de la historia. El Nazismo y el Comunismo son presentados como las dos caras de la misma moneda maldita y si lo pensamos estrictamente en el sentido histórico real, esta afirmación del director es cierta.
Los personajes secundarios son en su mayoría tomados por grandes actores como Harvey Keitel, Adrien Brody, Willem Dafoe, Owen Wilson, Jude Law, Bob Balaban, Tom Wilkinson, Tilda Swinton, Léa Seydoux, Bill Murray, Edward Norton y Jeff Goldblum. Todos ellos descollan en sus roles sin importar si apenas aparecen en dos escenas y su participación es más relevante que la de un simple cameo para poder cobrar un poco de dinero casi sin esfuerzo. El ingreso de Agatha (Saoirse Ronan) en la trama hace que se de una mágica combinación entre varios géneros, una multiplicidad de películas posibles dentro de una: comenzando desde el romance, pasando por el dramático, y siguiendo con la sátira, la comedia costumbrista y el más entretenido e inocente espíritu de aventura.
La relación entre M. Gustave y Zero es lo que importa y el desarrollo de ambos personajes es óptimo así como la química entre los dos intérpretes. El resto del elenco logra dejar su marca, no quedan al margen de la historia, pero al fin y al cabo son meras herramientas manejadas con mucha viveza criolla - je- por Anderson para darle un poco de intriga y misterio a The Grand Budapest Hotel.
The Grand Budapest Hotel es una excelente película y la única manera de comprobarlo es sentarse y mirarla sin prejuicios ni influencia de lecturas previas acerca de ella. Las escenas están filmadas con una excelencia digna de los mejores, como suele suceder siempre con Wes Anderson. El guión es más bien simple y se le agregan algunos rulos dramáticos para que no se torne monótona y arrastre consigo al andamiaje que carga sobre sus hombros. La atención del espectador debe estar dedicada a cada personaje, a sus diálogos y a cada micro escena que se abre frente a sus ojos. Las actuaciones son maravillosas en Fiennes y Revolori y los demás grandes actores que completan el cast cumplen al pie de la letra su función en un esquema que los ha concebido solamente como tuercas que ayudan a que la rueda gire sin traba alguna. La nominación al Oscar debería llegar para The Grand Budapest Hotel, sería inconcebible que semejante filme no estuviese como mínimo dentro de las que van a disputar la estatuilla más codiciada. Mi conclusión es que Wes Anderson nos ha regalado otro lujo que, si se mira con mucha atención, es demasiado disfrutable como para ser ignorado.
Puntaje: 8.5/10
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