miércoles, 2 de diciembre de 2015

The Visit

Tras varios fracasos tanto de taquilla como en la crítica, M. Night Shyamalan regresa a las fuentes con una película de bajo presupuesto que - por fin- lo acerca a sus orígenes. En una nota que leí hace unos días, se lo atacaba sobre todo por haberse dejado absorber por los grandes, enormes, presupuestos de los principales estudios de Hollywood en lugar de hacer lo que él sentía. El ejemplo más cercano y claro de esto es la destrozada After Earth (2013), de la cual aquí no tuvimos una tan mala impresión como casi todo el resto de la crítica especializada. Lo segundo con lo que estuve de acuerdo en esta nota fue en la afirmación de que el éxito de The Sixth Sense (1999) fue uno de los factores centrales en la repentina y lenta caída del director nacido en la India. Quedó instalada en la mente de todos los espectadores que ese era su estilo, que todas sus historias tenían que tener esa atmósfera, ese guión y - sobre todo- esos giros sobre el final que lo dejaban a uno boquiabierto. Lo cierto es que debido a esto, un filme sensacional como Unbreakable (2000) y otro bueno como The Village (2004) no fueron ni un éxito en la taquilla ni generaron mucho entusiasmo en la crítica. Luego de varios pasos fallidos en lo que refiere a entradas vendidas, el regreso de Shyamalan como productor y director - solo el primer episodio- de la serie Wayward Pines (2015) dejó en claro que a este talentoso director le quedan varias balas en el cargador. El anuncio de The Visit fue intrigante, pues tras muchos años, Shyamalan iba a filmar con poco presupuesto, un guión y producción enteramente propias e iba a explorar el universo del género de cámara en mano. Algunos levantaron la ceja, pues es sabido que este tipo de filmes ha agotado su potencial (salvo maravillas como las dos V/H/S) y que está en busca de un valiente que logre relanzarlo. Pero los adelantos y los posters promocionales fueron suficientes como para convencernos de que podíamos estar ante el resurgimiento definitivo de un muy talentoso profesional.



La historia es simple, sin demasiadas vueltas gracias a dios: Tyler (Ed Oxenbould, la revelación del año en una performance impresionante) y Becca (Olivia DeJonge, muy sólida como una chica valiente que trata de cuidar a su hermano a como de lugar) son dos hermanos que un buen día descubren que sus dos abuelos están vivos. Ambos contactan con su madre (Kathryn Hahn, rol completamente secundario, marginal en la trama aunque relevante para darle inicio a esta) por Internet y ella les explica que su relación con sus padres no fue la mejor, pues cuando era adolescente se escapó de la casa con su novio en ese entonces y embarazada de varios meses. Nunca más se hablaron, todo quedó en la oscuridad a pesar de algunos intentos de ellos de volver a conectarse, pero a pesar de esto no les prohíbe ir a pasar una semana con ellos. En ese tiempo, ella se irá a un crucero de lujo con su pareja para descansar un poco tras un año muy agitado en lo laboral, así que la invitación parece llegar en el mejor de los momentos.


Con su videograbadora - digital, ojo no es tan 90's aunque la estética diga lo contrario- los dos chicos llegan a la adorable casa de sus abuelos en las afueras de la ciudad. Su intención es filmar un documental acerca de la historia familiar y respetan a rajatabla los preceptos básicos a la hora de encarar un proyecto semejante. Se hacen entrevistas a ellos mismos, graban los alrededores, el interior de la casa, hacen una bitácora con sus experiencias diarias y tratan de convencer a los en un primer momento simpáticos y buena onda Nana (Deanna Dunagan, fantástica en su locura, el delirio macabro hecho persona) y Pop Pop (Peter McRobbie, el policía bueno de la pareja que de a poco va revelando su verdadera identidad). Se aclara que no son sus nombres reales - nunca los dan a conocer- sino los apodos con los que se suele llamar en Estados Unidos o cualquier otro lugar de habla inglesa a los abuelos.


Tras un muy buen primer día, hablan con su madre vía Skype y la despiden deseándole mucha suerte en el crucero. Cuando la noche comienza a caer, los abuelos son claros con las reglas: pueden comer todo lo que quieran, jugar por todos lados y no deben salir de sus cuartos a partir de las 21.30 en adelante. Becca rompe esta regla muy velozmente porque tiene hambre, yendo a la cocina unas horas más tarde del horario de dormir para buscar galletitas. Para su terror, se encuentra con Nana vomitando y haciendo ruidos extraños, algo que la hace regresar a máxima velocidad a su habitación. De aquí en más, todo comenzará a ponerse muy extraño debido a que esos dos simpáticos viejitos van a ir mostrando una cara muy diferente a la de las primeras horas de contacto. Con los ruidos nocturnos in crescendo y varios sucesos tan asquerosos como terroríficos, Tyler y Becca se asustan pero al mismo tiempo deciden tratar de llegar hasta el fondo de la cuestión. Lo que no saben es que su afán aventurero puede llegar a costarles bastante más de lo que en un principio imaginan.


El guión es inteligente, porque primero solventa algunas dudas con una explicación médica bastante racional en boca de Pop Pop. Pero de a poco el espectador se va dando cuenta de que con eso no alcanza, que hay algo extraño sucediendo en la casa y que no tiene ninguna relación aparente con cualquier cuestión estrictamente médica. Los días van pasando y la atmósfera pasa de ser agradable a tensa y oscura con varios momentos de terror puro y varios sobresaltos que todo fanático del género va a agradecer. Mientras más conocen a sus abuelos, mayor es la certeza de que algo extraño se esconde en esa casa. El guiño a Hansel y Gretel es bastante claro: los dos chicos perdidos en el medio de la nada, que ingresan felices a una casa hermosa y llena de cosas ricas que de a poco se va convirtiendo en la peor de sus pesadillas. Un show conducido por los dueños de casa, que se van desenvolviendo como personas tan extrañas que infligen miedo y desesperación en sus dos nietos.



El suspenso está muy bien llevado y los sustos a los que el director nos somete son efectivos y están muy bien dosificados. La ausencia total de banda sonora - regla central del género- logra que el ambiente se tense al máximo y que todo fluya al ritmo justo y necesario. Los clichés de la cámara en mano no son eludidos por Shyamalan, pero como primera incursión dentro de este género hay que decir que no está para nada mal pues logra usar varios de ellos a su favor, introduciéndolos como un paso de comedia en medio de la trama.


La idea de que los dos protagonistas hagan un documental es interesante, porque sirve para que de a ratos puedan salir un poco de la vivencia cotidiana en la casa e introducirse en cuestiones personales que al ser indagadas abren muchas puertas. En el guión hay varias menciones a clásicos contemporáneos del terror pero no hay excesos en ese aspecto. El guión está muy bien escrito y pensado, porque comienza por la previsibilidad absoluta y empieza a decantar en cuestiones bastante más terrenales como el desarraigo, la vejez, la locura, en fin, la condición humana y todas las complejidades que esta trae durante ese período que llamamos vida.


El cierre de The Visit es fantástico, con una escena a pura adrenalina en la que aparece por única vez la música en el fondo. La delgada línea que divide a lo real de lo sobrenatural es transitada con éxito por un revitalizado M. Night Shyamalan, aún tras una conclusión bastante sangrienta. El mensaje del final, presente en esa escena que queda separada del resto del filme, funciona como una especie de moraleja que no puede evitar el cliché. Pero para sorpresa de muchos, este cliché no desentona porque es lo que le permite a la historia cerrar de forma perfecta. Señoras y señores, terminemos con el mensaje más importante de The Visit: Shyamalan está de regreso y, esperemos, sea para quedarse de una vez por todas.


Puntaje: 8/10  




domingo, 15 de noviembre de 2015

Escalofríos

Todo el que haya sido un niño - como quien les escribe- en la década de 1990, sabe de la existencia de Robert Lawrence Stine o, más simple, R. L Stine que escribió varios cuentos de terror clásicos que asustaron - y asustan- a varias generaciones de niños. Tanto sus libros como su show de televisión basado en su material literario, con título homónimo al de este filme, eran una combinación entre el horror más básico y efectivo y un suspense muy bien logrado que servía para mantener pegado al televisor a cualquiera. El disfraz que el autor usaba era el de un simple cuento de horror para niños, pero en cada historia había un factor macabro y retorcido que de repente trasladaba una historia inocente y misteriosa hacia lugares un poco más oscuros. La llegada de un filme - dirigido por Rob Letterman- que, en los papeles, buscaría juntar a todas sus criaturas y poner en la piel del escritor al gran Jack Black fue una buena noticia más allá de que el resultado era sin dudas incierto.

La historia es más bien simple: Zach (Dylan Minette) y su madre Gale (Amy Ryan) llegan a un pequeño pueblo desde Nueva York buscando superar la repentina y dolorosa muerte del padre de Zach. En medio de su vida rutinaria, con los toques de su muy particular tía Lorraine (Jillian Bell), conoce a su vecina Hannah (Odeya Rush). Tienen una química inmediata pero hay un problema grande: su extraño, gruñon y misterioso padre (Jack Black) le prohíbe que se acerque a ella y lo amenaza con denunciarlo a las autoridades si vuelve a siquiera mirarla. Tras escuchar una discusión a los gritos entre los dos desde su cuarto, Zach llama a la policía pero todo termina en la nada misma ya que no encuentran a nadie en la casa más que al hombre malhumorado.


Junto a su muy gracioso nuevo amigo Champ (Ryan Lee), Zach decide ir al rescate de Hannah y tras ingresar a la casa por el sótano descubren una gran librería que tiene todos los cuentos del misterioso y legendario R. L Stine. Cada libro está cerrado con candado y este par de muchachos no tiene mejor idea que abrir uno de ellos. De aquí en adelante, los monstruos se harán presentes en la pantalla dando lugar a un escenario de caos absoluto que amenaza con destruir la pacífica y saludable vida de este tranquilo pueblito alejado de todo. 


Escalofríos es sin dudas un filme destinado a los más chicos, pero que hará reír a cualquiera de los que se sienten a verlo sin importar su edad. Las actuaciones son muy buenas, Odeya Rush juega muy bien el rol de adolescente valiente e idealista - ya verán porqué hace esto- y la dupla Dylan Minette-Ryan Lee provee una serie de gags que arrancan carcajadas. La química entre los tres jóvenes actores es óptima, pero quien lógicamente se lleva todas las miradas y aplausos es Jack Black con una nueva composición capaz de descostillar a una piedra. Comienza como un viejo delirante e insoportable y termina como un personaje tan loco como querible, el líder de una sin dudas gran aventura. Le pone la voz a varios de los monstruos y el foco debe estar puesto en uno de ellos: su némesis Slappy, al que logra darle desde lo vocal varias de sus características corporales e interpretativas. 


No se le puede pedir demasiado a un guión muy previsible, sobre todo cuando empieza a llegar al final. Pero sí se puede destacar una gran virtud: que parece un gran y universal cuento escrito por R. L Stine donde él y todas sus creaciones son partícipes. Hay lugar - mucho- para el amor, para la aventura, para la amistad y para los sustos - claro, je- no mucho más que eso. Los efectos especiales son excelentes, los monstruos aparecen ante nosotros tal como los imaginábamos al escuchar las historias de R. L Stine y logran ese equilibrio entre el susto y la risa. A fin de cuentas, Escalofríos busca colocarse en esa delgada línea, objetivo que logra con total éxito. Las actuaciones son muy buenas y el tiempo de duración es el justo y necesario, hasta llegando a parecer mucho menos por el buen rato que uno pasa. Un filme para toda la familia, ideal para esta época del año y que por suerte no sucumbió ante el imperio del 3D, algo que sin dudas le habría quitado su esencia. Un triunfo y una reivindicación a un muy buen autor que siempre es olvidado por la crítica culta más allá de haber sido un bestseller en sus años. Atentos al cameo del mismísimo Stine.



Puntaje: 7.5/10


miércoles, 11 de noviembre de 2015

Insurgent

Para la segunda entrega de la saga escrita por Veronica Roth, el estudio eligió a Robert Schwentke para que estuviese detrás de cámaras. En su corta filmografía posee varios productos que valen una mirada como Flight Plan (2005)Red (2010), R.I.P.D (2013) que lo ponían en los papeles a la altura del desafío. Esto porque la primera entrega de esta serie de libros (Divergente, estrenada el año pasado) había dejado el listón bastante alto. Más allá de poseer todos los clichés de las novelas distópicas juveniles, el planteo era original e interesante - combinación justa entre política y acción, con algunos toques de romance- y además tuvo en Tris (Shailene Woodley) a una heroína a la altura de la Katniss Everdeen de Jennifer Lawrence.

Insurgent - título de la segunda parte- comienza en el exacto lugar donde dejó el filme anterior. Tras el escape a último momento de Tris, Four (Theo James) y varios de sus compañeros, la cacería de los Divergentes ha comenzado. La malvada Jeanine (Kate Winslet) está dispuesta a hacer lo que sea para aniquilarlos por completo y utiliza lo peor de la propaganda - en conjunto con una salvaje represión a todo el que los ayude- para construir a estos seres excepcionales como los enemigos del orden, la paz y la democracia mismas. Los culpa del ataque que ella misma orquestó sobre Abnegation - cierre del primer filme, si no lo vieron hasta acá es su problema je- y tiene en Eric (Jai Courtney) un comandante fiel para llevar adelante una misión que parece complicada pues nadie a podido dar ni con Tris ni con Four en varios meses a pesar de la búsqueda intensiva.


Los dos tortolitos son los que lideran la resistencia y buscan ayuda de pueblo en pueblo sin demasiado éxito. Tris vive atormentada por las pesadillas que tienen a su difunta madre como centro, siempre tratando de enviarle mensajes desde algún lugar lejano. No pasará poco tiempo para que Jeanine se haga de un objeto vital para destruir a los Divergentes, pero aquí choca con su gran dificultad: necesita al más perfecto de ellos para abrirlo y hasta el momento solo ha dado con los que no pueden superar los primeros estadíos de las pruebas que contiene esa misteriosa caja. Mientras trata de sobrevivir, Tris entiende de una vez por todas que no hay más opción que asesinar a Jeanine y así terminar con la persecución salvaje de los que poseen su mismo don. 


Un extraño enfrentamiento en un tren da pie a que Four se enteré de que su madre está viva, no muerta como él creía, y que ha estado todos estos años operando en las sombras para levantar un ejército y terminar con la dictadura de su némesis Jeanine y derrocar el sistema injusto en el que viven hace años. La chispa no tarda en encenderse y la guerra civil queda a la vuelta de la esquina, no sin complicaciones y nudos de a ratos inexplicables en el camino, como suele suceder en este tipo de historias.


Insurgent es un producto mucho más violento y político que su antecesor y esto se agradece en gran medida. Un lógico upgrade que sigue al pie de la letra la subida de tono que hay en los libros a los que viene respetando muy correctamente. El centro absoluto de la película está en sus dos protagonistas principales, que muestran una gran química y no son para nada acartonados como la mayoría de actores que deben jugar a los novios en estos filmes. Shailene Woodley, como siempre, sobresale en un rol que logró hacer solamente suyo en solamente una película. Tris lucha contra sus propios fantasmas al mismo tiempo que ve que no le queda otra opción que convertirse en la cabeza de una revolución inevitable. Un trabajo físico sensacional, cada vez más intenso y espectacular en las coreografías, y en lo interpretativo no hay más que agregar pues todo está dicho acerca de esta gran actriz del presente y del futuro.


Miles Teller, que no fue nombrado hasta aquí,  interpreta un rol secundario que crece en relevancia desde la mitad del filme en adelante. Mucho más protagonismo para su Peter, un perfecto hijo de puta que con mucho oportunismo busca ganar poder, por lo que sus vueltas de tuerca son varias. El talento de este gran actor es algo indiscutible y le suma a Insurgent esa cuota de humor justa y necesaria que saca una sonrisa en el momento más inesperado. Un soplo de aire fresco y estratégico en un filme que posee personajes que de a ratos son demasiado serios y por ello pierden un poco de credibilidad.


Como todo filme distópico, las referencias a 1984 son bastante obvias pero mucho mejor desarrolladas que en productos similares. También está el guiño hacia Matrix sobre el tramo final de la película, pero eso tendrán que verlo por su cuenta. Los universos construidos con CGi son espléndidos, combinación entre destrucción y desolación puras, con ciudades que solo son cáscaras destruidas de lo que alguna vez supo ser brillante y poderoso.


Insurgent es una sólida segunda parte y resta el cierre que, como viene siendo ley en estos tiempos, estará partido en dos filmes. El director va a repetir en ambos y se espera que tras el giro del final, previsible pero no por ello malo, los dos filmes que restan no tengan respiro. Final explosivo anunciado y Shailene Woodley como la heroína rebelde, luchadora y acomplejada por su pasado. Nada mal para una simple saga de libros destinados a jóvenes y adolescentes que, junto a Maze Runner y The Hunger Games, mostró que todavía hay lugar para hacer buen cine con la base menos imaginada. 



Puntaje: 7/10






lunes, 9 de noviembre de 2015

Southpaw

De todos los estrenos del año, creo que Southpaw es uno de los más intensos y emocionantes, aunque no por ello es un gran filme. Primero digamos que es un clásico filme de Antoine Fuqua, que viene de unos años bastante agitado y disparejos que tuvieron como resultados muy buenos productos como Shooter (2007) y Brooklyn's Finest (2009) y también otros que no fueron tan bien recibidos - con mucha razón, porque son bastante flojos- por la crítica y los espectadores como Olympus Has Fallen (2013) y The Equalizer (2014). De la mano de Jake Gyllenhaal, este director nacido en Pittsburgh decidió regresar a las historias de redención y así apuntar a alguna nominación a los Premios Oscar. Más allá de ser un pastiche entre diversos filmes de revancha que ya vimos muchas veces - con todos los clichés esperables del género incluídos-, Southpaw es una película que llama la atención sobre todo por la impresionante e impecable labor de su actor principal que convierte un producto del montón en una muy sólida película. La injusta exclusión que hizo la siempre deleznable Academia el año pasado es una de las razones por las que Gyllenhaal está nominado desde antes que se estrene el filme, algo que sin dudas tiene su apoyo en la realidad más allá de no ser una performance tan profunda como la que realizó en la fenomenal e ignorada Nightcrawler (2014).


Billy Hope (Jake Gyllenhaal) es el mejor boxeador libra por libra del mundo. Cuando termina la pelea que da inicio al filme, lo tenemos ante nosotros festejando que continúa invicto y que se encuentra en la cúspide de su carrera. Más allá de tener el cuerpo ya demasiado castigado, Billy está muy feliz con su mujer Maureen (Rachel McAdams) y su hija Leila (Oona Laurence) algo que no le importa demasiado a su inescrupuloso manager Jordan Mains (Curtis Jackson) que solo busca sacarle todo el jugo posible a su luchador. El problema es que esa pelea de la que venimos, no fue el paseo que todos esperaban sino más bien una guerra que le costó demasiado a Billy y que lo dejó excesivamente golpeado y casi sin poder moverse.


El golpe por golpe nos recuerda a cualquiera de las peleas de Rocky Balboa, que hasta llegó a bloquear golpes con la cabeza contra todos sus rivales. Maureen desea que su marido no pelee más, que se retire y que no sufra porque es consciente de que un golpe mal recibido puede terminar con su vida o privarlo de pasar muchas cosas de la mano de su pequeña y simpática hija. Luego de recibir un desafío en público estilo Mohammed Alí de parte de Miguel "Magic" Escobar (Miguel Gómez), decide reflexionar acerca de su futuro. Rechaza un contrato de tres peleas por una suma de 30 millones de dólares con HBO y anuncia en su evento anual de caridad - él y su mujer son hijos de un orfanato en Hell's Kitchen- que ya no tiene nada más para darle al boxeo.


Y aquí comienza el melodrama: Escobar irrumpe en la cena e increpa a su mujer para lograr una reacción. Hope se le lanza encima y en medio de la pelea de amigos y guardaespaldas de ambos lados, una bala perdida termina con la vida de Maureen. Lo que sigue es conocido: llegan el descontrol, la desesperación y el aislamiento de parte de Billy. Se entrega al alcohol y busca matar a Escobar, perdiendo la brújula por completo al punto de firmar - debido a que entra en la quiebra en medio de maniobras sospechosas de su representante- el contrato con HBO e ir a pelear sin preparación contra un rival menor que lo apalea y le saca el cinturón con facilidad con un knock out técnico humillante. Termina en la ducha del vestuario, llorando solo y preguntando si todavía queda alguien allí. Todos los que en el éxito lo acompañaban a todos lados, esa noche no están allí. Suspensión por golpear al árbitro, hija que es llevada por servicios sociales, entra en el filme Tick Wills (Forest Whitaker) entrenador del único boxeador que lo venció en su carrera con claridad y comienza el camino hacia la redención y la revancha.


Southpaw, como pueden apreciar, es un compendio de lugares comunes de los filmes de boxeo y de revancha. Tiene pedazos de muchos clásicos del género pegados uno encima del otro al estilo Frankenstein y completa el cuadro un guión 100% predecible. Todos sabemos desde el primer segundo que es lo que va a suceder en el desarrollo del filme y como va a terminar la historia, pero nos quedamos a mirar sin problemas ni complejos los 124 minutos de duración que tiene la película. Lo que se puede rescatar dentro de este mar de clichés es que el camino hacia la recuperación total no es veloz sino más bien espinoso y con muchos obstáculos. Fuqua no se la hace fácil a su protagonista y plantea a la suciedad y al espíritu callejero de los projects como la plataforma de despegue para quien ha sufrido la peor de las caídas.


En lo que respecta a las actuaciones, el trabajo para el crítico es mucho más fácil. Jake Gyllenhaal entrega otra performance sensacional, con una nueva transformación física inversa a la que realizó el año pasado. Muy metido en su personaje, dándole sentimientos a esa mole que construyó en base al entrenamiento intensivo al que se sometió por varios meses. El sufrimiento de su infancia está tatuado en su cuerpo y con un rostro expresivo como pocos hace que cada uno de sus encuentros con su hija en el edificio de los servicios sociales nos duela en lo más profundo del corazón. La química con sus co-protagonistas es fenomenal y esta vez apunta sin dudas al Oscar - y a varios premios más- pues lleva a la película sobre sus hombros y con su presencia logra que sea algo más que un producto ordinario.


Rachel McAdams y Forest Whitaker llevan adelante una gran labor en roles más bien secundarios, cada uno mostrando su talento y que pueden interpretar cualquier rol que les pongan por delante. No son personajes originales, pero ambos le agregan su toque a cada uno de ellos y los rescatan del olvido en el que habrían caído con un mal casting. Con sus interpretaciones hacen que el cliché se haga por un rato invisible, cuestión que es sin dudas muy difícil de conseguir. Mención aparte para Oona Laurence que se lleva todos los aplausos en la piel de una niña que pierde todo desde muy pequeña y que no encuentra una razón para existir de allí en adelante. Su química con Gyllenhaal es excelente y la relación entre padre e hija - en sus varios estadíos- es de lo más rescatable de Southpaw.


Las peleas están muy bien filmadas, en lo técnico no hay ningún reproche para hacerle al director que nos bombardea con planos eléctricos incluido el clásico Point Of View con la cámara moviéndose ante cada golpe recibido. La banda sonora y el soundtrack a cargo de Eminem son una obra maestra y ayudan a crear una atmósfera que oscila entre la tensión y la adrenalina. La crítica al boxeo, al negocio en el que se ha convertido, no podía estar ausente y el vehículo es el manager (gran trabajo de Curtis "50 Cent" Jackson que mejora a cada filme) que reúne todas las cualidades menos la vergüenza y la dignidad.


Southpaw es un filme que sería del montón si no fuese por la excelente labor de sus protagonistas secundarios y por la gigante performance de Jake Gyllenhaal. La estructura es la misma que la de Rocky III y la palabra "redención" es mencionada cada dos minutos con un ritmo de a ratos insoportable. A pesar de todos los puntos negativos, se imponen la emoción y el trabajo de los actores, que convierten un guión normal y corriente en uno emotivo y épico. Antoine Fuqua es sin dudas un muy buen director, pero es hora de que cambie un poco de aire ya que no siempre va a tener a su disposición una tropa de actores talentosos para que le salven la ropa al final del día y hagan de productos como Southpaw algo mucho mejor de lo que en realidad son. Eso sí, el cierre es tremendo, algo en lo que este realizador nunca suele fallar.



Puntaje: 6.5/10





sábado, 19 de septiembre de 2015

El Clan


Ha llegado la hora de hablar un buen rato de la figura de la cartelera de invierno. Sería de necios negar que El Clan, de Pablo Trapero, obtuvo sus números actuales - en constante crecimiento, cerca del récord- debido al prestigio del director, la presencia de varios actores y actrices de peso/actualidad y al morbo que generó el resurgimiento del caso Puccio. Uno que estremeció al país en los 80' y que mediante un muy poderoso aparato publicitario - más un libro intenso y una serie televisiva a punto de estrenarse- ha sido colocado nuevamente en el centro de los debates. Ahora, la verdad es que como historia es muy interesante y Trapero consigue dar en la tecla con su enfoque.

No creo que sirva de mucho explicar la historia, pues todos ya la hemos leído en las muchas críticas que tiene el filme, en el libro de Rodolfo Palacios que acaba de salir - muy interesante, lo recomiendo- y en los innumerables artículos y entrevistas que adornaron diarios y revistas durante más de dos meses donde el furor fue absoluto. Pablo Trapero es un director que ama el cine y se nota en cada una de sus películas, uno de los últimos exponentes del añorado cine de autor. Esta debe ser la que menos conecta en lo estilístico con toda su filmografía y está bien que así sea. Tal vez estemos ante el filme más mainstream y simple de la carrera de Trapero, algo que en el balance no resultó tan mal pues ha batido el récord nacional de venta de entradas y se ha llevado - con ovación de pie tras la proyección- el Leon de Plata en el Festival de Venecia.


El director posa su mirada sobre la relación entre Arquímedes Puccio (Guillermo Francella) y su hijo del medio, Alejandro Puccio (Pedro Lanzani). Todos los demás personajes, y hasta la misma trama siniestra, siempre aparecen como música de fondo. Claro que vemos como se orquesta cada secuestro, como la familia lo toma como algo cotidiano - tal vez lo más monstruoso del filme sea justamente eso- y como de a poco un joven rugbier con un gran futuro por delante va cayendo en las garras de un hombre frustrado, mediocre, gris y macabro. Para su mala suerte, algo que él mismo repetiría en el juicio posterior a su captura e intento de suicidio fallido, le fue imposible elegir a su padre y tuvo que sobrevivir en un ambiente hostil tanto fuera como dentro de la casa. Es interesante como Trapero y Lanzani logran que tengamos algo de simpatía por Alex, tarea difícil pues lo cierto es que estaba al tanto de todo y que en dos de los secuestros sirvió como carnada y como recolector del dinero. Y también, claro, era el "portero del infierno", encargado de abrirle el portón a su padre y sus socios cuando llegaban con un cuerpo en el baúl.


Los secuestros del Clan Puccio sucedieron entre 1982 y 1983 y Trapero los usa para explicar lo que fue esa transición hacia la democracia. Como mientras los amigos y socios militares de la SIDE lo protegían, Arquímedes - y otros varios colegas suyos- pudieron hacer lo que quisieron, total los secuestros sucedían a diario desde hacía mucho tiempo y nadie decía absolutamente nada por miedo. El final de la guerra de Malvinas es el punto de quiebre en la película, que coincide con el regreso del hermano mayor Daniel "Maguila" Puccio (Gastón Cocchiarale) tras una larga estadía en Nueva Zelanda - que no tarda en unirse al negocio familiar- y con el crecimiento tanto profesional como personal de Alex, muy cerca de dar el salto al exterior y de casarse con su novia Mónica (Stefanía Koessl). Todos sabemos de antemano como terminó la historia, pero viendo el desarrollo de las acciones lo cierto es que con la democracia aún fresca, la protección a Puccio se extendió hasta el máximo posible durante el secuestro de Nélida Bollini de Prado, que sería el último de la serie macabra. Hubieron advertencias desde arriba, pero Puccio con mucha altanería decidió ignorarlas por completo y seguir adelante con un plan motorizado, no ya por el dinero sino por la maldad y la sensación de impunidad absolutas. El hecho de que el mismo Arquímedes fuese el que realizaba las llamadas sin esconder su voz, es una marca importante de su personalidad. Y el que todas esas conversaciones estuviesen grabadas por el gobierno militar, la prueba de que Puccio jamás entendió un momento histórico del cual se creyó dueño.


Lo que no vemos en el filme es como fue que Arquímedes Puccio llegó a armar la banda con la que realizó esos 4 secuestros, los cuales 3 terminaron con la víctima ejecutada a sangre fría. Tampoco profundiza demasiado en el aspecto político, poniéndo todo el énfasis en la familia y en las relaciones entre Arquímedes-Alejandro y la de Alejandro con todo su entorno de amistades. El argumento clasista está presente, pues los Puccio no fueron una familia típica de San Isidro sino una más bien de clase media llana que miraba con resentimiento al resto de las personas que venían a saludarlos por el talento de sus 3 hijos varones a la hora de jugar al rugby. Todo esto se encuentra presente en El Clan, pero cuando se hace cine - a diferencia de un realizador de televisión- se debe elegir sobre que focalizar. Pablo Trapero nos sitúa en 1982 a la perfección desde el escenario, el vestuario y la música y nos propone ver un duelo entre padre e hijo que estalla en un cara a cara final que es imposible no dibuje una sonrisa en todos los espectadores.


Las escenas están filmadas con maestría, dignas de un director de la experiencia, el talento y el renombre de Trapero. Sin abusar de la cantidad de planos, logra imprimirle mucha dinámica a un filme que tiene tres o cuatro escenas donde hay acción real. La película se divide en dos partes y la pared es una brillante escena - para verla y aplaudirla hasta la eternidad- donde Trapero ejecuta una superposición entre la primera cita de Alex y Mónica - con una buena y jugada escena de sexo- y la ejecución pos-cobro de rescate de la primera víctima del clan. El tema de fondo es el famoso "Wadu Wadu" de Virus y las dos situaciones escalan en paralelo, combinando la oscuridad y la luz de una forma más bien original. Respecto de la musicalización, muchos opinaron que los temas elegidos eran demasiado alegres para una historia y ciertos momentos muy lúgubres, algo con lo que disiento. Es parte del ambiente que se construye que las canciones sean todas movidas y simpáticas, no olvidar que hay un predominio de sonido ambiente, que cada canción tiene un propósito visible a los ojos de cualquiera con ganas de mirar un poco más allá. Un mensaje bastante claro: parecía que habíamos salido de la oscuridad, pero todavía estábamos completamente inmersos en ella.


Guillermo Francella se luce en un personaje que está fuera de su órbita, mucho más que aquel gran papel que tuvo en El Secreto De Tus Ojos por el que también fue muy elogiado. Desde su aparición inicial, lo que nos transmiten sus ojos es el mal puro, ese mismo que se puede ver en la grabación de un Puccio que mientras agonizaba sostenía que no había matado a nadie y que había cumplido con un deber patriótico. Porque lo que el personaje nos transmite con el cuerpo, la mirada y sus frases es que siente que está haciéndole un favor a la patria al secuestrar y recuperar el dinero de "los ricos que arruinaron el país". Algo que no sonaría descabellado si esos billetes no hubiesen ido a parar a sus bolsillos y a los de sus hijos y socios. Tampoco si sus víctimas hubiesen sobrevivido, dato importante pues Francella deja muy en claro con su interpretación que Arquímedes mataba por mero placer. Un aspecto importante sobre el que bucea el guión es el complejo que Puccio tenía con sus hijos, a los que miraba con amor pero por sobre todo con tristeza y bronca porque sentía que no eran agradecidos con todo lo que él había hecho por ellos. Un hombre que, por ejemplo, sostenía que el éxito de su hijo Alejandro no se debía al talento y el trabajo de este, sino a los hilos que él teóricamente había movido. Puccio padre habría sido un muy buen candidato a Presidente en los tiempos que corren sin duda alguna.


Pedro Lanzani sigue demostrando que es un actor fenomenal, dejando atrás por completo el debate acerca de sus orígenes con Cris Morena. Le pone el cuerpo al enfrentamiento con un enorme actor como Francella y no desentona en ningún momento de la película. Es el verdadero protagonista de la historia y logra exhibir toda la fragilidad y las dudas de un muchacho al que la vida de a poco se le va desmoronando. De esa cara que pone cuando recibe de regalo una gran cantidad de dólares de parte de su padre por su buen trabajo, hasta la ruptura cuando decide cambiar su vida e irse con la mujer que ama para salvarse de un destino que lamentablemente para él ya estaba escrito. No se trata, como ya mencionamos, de afirmar que Alejandro Puccio no tuvo nada que ver y que fue otra de las víctimas. Pero en parte podemos decir que sí, porque las presiones a las que fue sometido por un padre psicópata - y una madre que era socia principal en el crimen, a pesar de haberse salvado de ir presa- al que solo le importaba lo propio terminaron por convencerlo de que esa "empresa" de secuestros express no era más que un trabajo para sostener a la familia y que al poco tiempo se terminaría.


El Clan es por sobre todas las cosas, una gran película y Pablo Trapero tiene muy merecidos todos los elogios y premios que viene cosechando. Lo de la venta de butacas es lo de menos porque el cine no se trata de eso, más allá de que un récord siempre llama la atención. Logra sacar lo mejor de cada uno de sus actores y tiene en Lanzani y Francella dos protagonistas de lujo que aceptan gustosos un duelo que tanto en la ficción como en la vida real, quedó inconcluso. No hay ninguna carencia en lo que respecta a la profundidad de cada uno de los temas, sino una elección - y omisión- consciente de ellos. Les recomiendo la mini-serie Historia De Un Clan, que puede servirles a quienes desean el detalle absoluto pues al estar compuesta por once emisiones semanales, es garantía de tiempo para abordar decenas de situaciones. Por lo pronto, como se puede ver en El Clan queda bastante claro que Pablo Trapero sabe elegir y muy bien.


Puntaje: 8/10

miércoles, 19 de agosto de 2015

Minions


Luego de robarse el corazón y las risas de millones de espectadores a lo largo y ancho del globo en las dos películas de la saga Despicable Me, los hilarantes, malvados y simpáticos Minions por fin tienen todo el protagonismo. Nadie dice que los demás personajes no tengan su relevancia, pero la realidad es que sin estas criaturas pequeñas y amarillas, los filmes previos no habrían sido ni un cuarto de lo buenos que terminaron siendo.

La secuencia inicial nos explica la historia de los Minions desde que eran organismos unicelulares hasta la actualidad. Un camino que comenzó con el virus más malo de todos y que pasa por personajes ficticios y reales de gran importancia ¿El denominador común? Que todos vieron su final gracias a la torpeza - bienintencionada, claro- de los pequeños seres amarillos. Tras fracasar como laderos de Napoleón y ser perseguidos por su ejército hasta los confines del mundo, los Minions encuentran refugio en una cueva. Sobreviven y logran armar una comunidad, pero a medida que pasa el tiempo empiezan a deprimirse - generando risas al por mayor- por no tener un amo al que servir. Cuando todo parece perdido, Kevin decide comunicarle a todos el plan que ha ideado: con dos voluntarios, se dirigirían a lo desconocido con el objetivo de conseguir lo que necesitan con desesperación. Se unen el rebelde sin causa Stuart y el adorable y bondadoso Bob, y parten con la mochila cargada de bananas y agua a ganarle la pulseada al destino. Tras recorrer agua, aire y tierra sin obtener resultados, el viento los lleva a Nueva York. Allí descubren por casualidad que en Orlando se está desarrollando la Villano-Con (versión Comic-Con pero de maldad, toque brillante debo admitir) y que la invitada principal será Scarlett Overkill, la supervillana más poderosa y macabra del mundo. Se dirigirán hacia allí con el objetivo de ser contratados por Scarlett y comenzar un reinado eterno sobre el mundo.


El guión es simple e inteligente, no propone una historia complicada sino una lineal y de resolución rápida. Lo relevante no es la trama sino la sucesión de gags que llega de la mano de los grandes protagonistas del filme. Al fin y al cabo, es para lo que las salas de cine en la Argentina y el resto del mundo se llenaron: para reír a carcajadas con las ocurrencias, peleas, insultos y demás de los Minions. Como en las dos películas previas, hay una dosis muy grande de ternura que combinada con el humor funciona a la perfección. Tal vez sean específicos los momentos en los que como espectador se encuentre descostillado de la risa, pero la satisfacción y la diversión están más que garantizadas. 



Lamentablemente en el caso de nuestro país - no sé como habrá sido en el resto de América Latina y los otros países de habla hispana- las copias llegaron dobladas. En lugar de tener a Jon Hamm y a Sandra Bullock como Scarlett Overkill y su marido cool y hippie Herb, tenemos a Thalia y a Ricky Martín. Este último hace un muy buen trabajo, porque lleva al extremo al personaje y logra que la voz y lo que vemos no sean para nada disparejos, algo que siempre puede suceder cuando se realiza un doblaje. La actriz y cantante mexicana no desentona, aunque su desafío dista de ser tan exigente como el que tuvo su colega boricua. Las voces de los Minions - con su particular lenguaje, que es cada día más gracioso- y de la excéntrica y sensacional familia Nelson quedan en manos de actores y doblajistas de prestigio que superan la prueba con creces.


La imagen es hermosa, la definición aumenta y la calidad mejora en cada nueva película. La recreación de la Nueva York y la Londres de los 70' es excelente, pues todos los estereotipos de ambas sociedades son exagerados por completo. La dirección, en manos de Kyle Balda y Pierre Coffin, es muy buena más allá de no necesitar de planos y movimientos demasiado complejos. Pero nobleza obliga, hay imágenes como la de los tres villanos remando con Nueva York - que pueden ver a continuación, aunque nada comparado a visualizarla en HD y pantalla de cine- a sus espaldas que son tan bellas como parar mirarlas por un largo rato. 


Minions no es una obra maestra ni mucho menos, pero es un filme perfecto por donde se lo mire. Apunta a un público heterogéneo y es eficiente en su principal objetivo que es hacer reír a todo el mundo. Es el blockbuster perfecto de vacaciones de invierno, sabe lo que quiere, tiene las herramientas para lograrlo y consigue llegar a la meta con un margen gigantesco - y recuperar en muy poco tiempo todo el dinero invertido y generar ganancias astronómicas, no olvidar esto-. Con todo el protagonismo, los Minions nos invitan a bordo de su búsqueda que ya sabemos terminará en su encuentro con Gru y logran entretenernos y emocionarnos al por mayor. No se puede decir que sea una precuela, porque no busca funcionar de esa manera en absoluto. Minions es un producto marketinero al máximo - toda la industria que se ha generado a su alrededor es impresionante, en Estados Unidos están hasta en la sopa- pero que nace debido a una exigencia del público. Quienes pagan la entrada fueron los que hicieron de unas criaturas que, en el papel, servirían para cargar con las pastillas cómicas - y nada más- el centro gravitatorio de las dos Despicable Me. Su mayor protagonismo en la segunda parte hacía vislumbrar un filme propio, algo que terminó sucediendo. Habrá que ver si la aventura puede continuar, tal vez lo ideal sea un paso a la televisión para analizar si el fenómeno tiene tanta fuerza como en sus inicios. Por el momento, la fórmula está más que a salvo y los casi 315.000.000 recaudados a nivel mundial no hacen más que confirmar que habrá Minions por muchos años más ¿Y quieren saber la verdad? Eso es algo fantástico. 



Puntaje: 8/10 

lunes, 10 de agosto de 2015

Insidious: Chapter 3

Es sorprendente que Insidious (2010) haya dado lugar a una saga que no parece estar cercana a su defunción. El primer episodio, dirigido por James Wan, había sido algo nuevo dentro de un género que pedía a gritos un constructor de atmósferas como el malasio. Ya el segundo lucía demasiado forzado, pero merced de los trucos ya conocidos - y a pesar de carecer, por ende, del famoso "efecto sorpresa"- y mucha muñeca del realizador, logró llegar hasta la línea final pasando apenas por algunos sobresaltos. Para esta tercera entrega, Wan anunció que no iba a estar tras las cámaras por lo que las expectativas no eran las mejores. 

Insidious: Chapter 3 está planteada como una precuela, algo que como decisión inicial es inteligente pues ya no había más conejos de la galera para sacar si la historia seguía caminando hacia adelanta. Años antes del famoso episodio que sufrió la familia Lambert, nos encontramos con Quinn (Stefanie Scott), una adolescente conflictuada por la reciente muerte de su madre tras una dura lucha contra el cáncer y su posterior agonía. Va en busca de Elise (Lin Shaye), que para ese entonces estaba retirada como medium tras el fallecimiento de su esposo. Lo que Quinn necesita es comunicarse con su madre, pues siente su presencia y está segura de que lo que ella intenta hacer es decirle algo muy importante. Elise se niega en un principio y le advierte que hay algo malo dando vueltas en el aire, que si uno le habla a un muerto todos los demás están escuchando atentamente. El cuadro de por sí es complicado para la protagonista: es al mismo tiempo ama de casa, madre de su pequeño hermano y una talentosa actriz que vive estudiando y está a punto de lograr entrar a la escuela de sus sueños. 


}Agobiada por las circunstancias, fracasa en su intento de ingresar al establecimiento y esa misma noche ve a alguien o algo que le hace un gesto desde un oscuro callejón. Va a su encuentro y es atropellada accidentalmente por un auto que pasaba a máxima velocidad. Tras un breve encuentro cara a cara con una entidad aterradora, despierta para enterarse que tiene las dos piernas quebradas. Comenzará su lenta recuperación en su casa, pero de a poco se dará cuenta que hay algo que la acecha en las sombras y que no se detendrá hasta consumirla por completo. 


Como pueden ver, no estamos ante nada que no hayamos visto antes en la saga. Pero la atmósfera está bien construida, basada esta vez en el contraste absoluto entre el día y la noche. El terror es progresivo, marca de agua del creador, y estalla con las clásicas variaciones bruscas en la banda sonora. Se insinúa mucho más de lo que se elige mostrar, por lo que los fanáticos del terror a la vieja usanza no tendrán demasiado de que quejarse en este departamento. 


Elise es la segunda protagonista y es bueno que así sea, pues hasta el momento era el personaje más interesante pero el que menos había sido explicado y desarrollado. El guión no es muy novedoso, todo se mueve al mismo ritmo que el de los dos filmes previos: hay un demonio que persigue lentamente a su víctima, utilizando sus tragedias, miserias y dolores para debilitarlo y así poder ocupar su cuerpo. 


Hay un buen uso de los primeros planos, con acercamientos que varían entre los lentos y los repentinos. Los silencios están muy bien utilizados, un recurso que James Wan logró reinsertar en el mainstream y que Leigh Whannell aprovecha muy bien aquí. Los homenajes a The Exorcist y The Shining (cuando no, el bendito pasillo) son demasiado forzados, lo cual los hace más bien simpáticos antes que cualquier otra cosa.


La dinámica de Insidious: Chapter 3 es muy buena, no da muchas vueltas alrededor del premio y va directo a sus obligaciones. Está construida alrededor de una estética y recursos ya conocidos, por lo que no gasta tiempo en presentarnos nuevamente lo mismo. Elise y sus dos particulares compinches aparecen por una razón: explicar cual fue la razón por la que tres individuos tan dispares terminaron juntos peleando contra el mal. Se atan varios cabos sueltos y se vuelve a foja cero, los misterios de la saga se terminan por el momento. 


Los efectos especiales son muy buenos y no hay un abuso de ellos. Lo único que falla en la película es su previsibilidad, y esto no es algo menor que pueda ser dejado de lado. Al no plantear nada nuevo, Insidious: Chapter 3, desperdicia actuaciones bastante buenas y una ejecución óptima tanto en la dirección como en la posterior edición. Whannell va a lo seguro y no se despega por un momento de las herramientas que James Wan tiene en su variada y conocida caja. Gana puntos al ser más explícita a la hora de mostrar el deterioro de la entidad maléfica y en proveernos de un rescate en el Más Allá mucho más entretenido y oscuro que los anteriores. El cierre es redondo, con la doble despedida de ocasión y Elise tomando un nuevo rumbo. Insidious: Chapter 3 es un filme que tranquilamente podrían no ver, salvo que sean grandes fanáticos de la serie/director o que busquen pasar el tiempo y llevarse algún que otro buen susto. Le alcanza con seguir el libreto técnico y el trabajo de Lin Shaye, pero la verdad es que después de sus 97 minutos de duración, lo que deja es sabor a poco. 



Puntaje: 5/10 

domingo, 9 de agosto de 2015

Jurassic World

Entre aquella maravilla que hizo Steven Spielberg en 1993 y la ridiculez que intentaron - con el regreso del Dr. Grant y todo- en 2001, parecía que la saga de Jurassic Park estaba destinada al cajón de los recuerdos. Pero 14 años después, de la mano de Colin Trevorrow llega la cuarta parte que logra mejorar dos secuelas olvidables - y muy mal enfocadas desde el vamos- y traer de vuelta algo del mojo perdido en el camino.

Lo primero que nos encontramos es que el sueño de John Hammond se ha convertido en realidad. En la Isla Nublar, sobre las ruinas del primer Jurassic Park - sí, el destruido por el T-Rex y los velocirraptors- brilla "Jurassic World". A primera vista es una mezcla entre Mundo Marino y un Zoológico, pero con la salvedad de que las atracciones son dinosaurios criados por InGen a partir de cepas originales de ADN. Dos hermanos, uno pequeño y el otro un adolescente, son puestos por sus padres en un avión para pasar un fin de semana en el afamado parque que es dirigido por Claire (Bryce Dallas Howard), la tía de los muchachos que por estar obsesionada con su trabajo no los ve hace demasiados años. Ella manda a su asistente a recibirlos y luego les da pulseras con acceso total para poder disfrutar del parque a pleno. El homenaje al filme original es bastante claro, pues la estructura es la misma que la ideada por Hammond pero elevada a la potencia máxima. La remera de uno de los operarios con el viejo logo y la discusión con Claire acerca de cual parque era mejor sirven como referencia pop.  


El gran problema es que los muchachos de InGen, en una clásica patinada de las suyas, crearon un nuevo dinosaurio para levantar las visitas al parque. Le pusieron de nombre Indominus Rex y es algo así como la peor pesadilla de un niño. Hasta allí todo normal, pero eso no es lo único: los científicos decidieron proveerlo de una inteligencia mayor a la del promedio, una que se ha desarrollado con una velocidad inesperada llegando a niveles prácticamente humanos. Aparecerá en escena Owen (Chris Pratt), un ex Marine que se dedica a entrenar velocirraptors - al punto de haber logrado una conexión con ellos- y se resiste a que las corporaciones militares los utilicen como armas de guerra. Cuando Claire lo lleva a ver a la nueva atracción, todo sale mal y el Indominus Rex logra escapar. Jurassic World se encuentra bajo asedio del depredador más inteligente del mundo, uno que no mata por hambre sino por el mero placer de ver morir al otro. 


Jurassic World es un show de efectos especiales y gadgets tecnológicos de hoy y mañana. Las estrellas son los dinosaurios y a decir verdad, mejoran a medida que pasa el tiempo. El Indominus Rex no decepciona, es el mejor monstruo de toda la saga sin ninguna duda, parece salido de una película de terror antes que de la naturaleza. En el ambiente sobrevuela una nostalgia bastante simpática, donde todo remite al primer filme tanto desde la trama como desde lo estético. La tensión está bien construida, algo complicado de lograr cuando desde el primer cuadro se anuncia quien es el malo y que es lo que va a pasar (seamos sinceros, no hay muchos escenarios posibles en este tipo de productos). La historia es dinámica y no se detiene demasiado, solo un poco cuando muestra el parque al comienzo, pero luego va directo a la acción. Es interesante que no haya ningún tipo de filtro en lo referido a la violencia explícita y a los ríos de sangre resultantes de ella, algo novedoso para una saga que apenas si mostraba hilos rojos. Las secuencias de acción están muy bien filmadas y logran tensionar la cuerda al máximo.


Lo peor de Jurassic World son las partes donde el protagonismo lo tienen los hermanos perdidos. Desconectados de la historia, pero necesarios para darle un cierre definitivo al guión, un cliché forzado que resta bastante. Si no me creen, sepan que su relación con la trama se arma alrededor del drama de los padres a punto de separarse. Bryce Dallas Howard y Chris Pratt están muy bien en dos papeles que requieren más físico que otras cosas. Su química es óptima y sus diálogos le dan ese toque humorístico que no por ser zonzo deja de ser entretenido. 


La crítica a los zoológicos y a la opresión que esas instituciones someten a los animales al hacerlos crecer en un ambiente que no es el natural, es muy contundente. Siempre pueden explotar, el caos está garantizado a todo momento. La escena final es bastante clara al respecto, no deja ninguna duda acerca de lo que se busca transmitir en Jurassic World


El cierre de la película es un claro homenaje al original, de la mano de un choque colosal lleno de sangre y CGI. Muchos señalaron que es un filme hecho para vender diversos productos, algo que es cierto ya que toda la saga tiene ese objetivo. La verdad es que hay pocas películas de este género que no tengan por delante o por detrás la idea de ganar mucho más dinero de la mano del marketing. En fin, podemos decir que Jurassic World es una película disfrutable que supera con creces a los dos bodrios que la anteceden. No llega a los niveles de Jurassic Park (1993) pero es la que más se acerca, algo que no es en absoluto despreciable. 



Puntaje: 7/10