De todos los estrenos del año, creo que Southpaw es uno de los más intensos y emocionantes, aunque no por ello es un gran filme. Primero digamos que es un clásico filme de Antoine Fuqua, que viene de unos años bastante agitado y disparejos que tuvieron como resultados muy buenos productos como Shooter (2007) y Brooklyn's Finest (2009) y también otros que no fueron tan bien recibidos - con mucha razón, porque son bastante flojos- por la crítica y los espectadores como Olympus Has Fallen (2013) y The Equalizer (2014). De la mano de Jake Gyllenhaal, este director nacido en Pittsburgh decidió regresar a las historias de redención y así apuntar a alguna nominación a los Premios Oscar. Más allá de ser un pastiche entre diversos filmes de revancha que ya vimos muchas veces - con todos los clichés esperables del género incluídos-, Southpaw es una película que llama la atención sobre todo por la impresionante e impecable labor de su actor principal que convierte un producto del montón en una muy sólida película. La injusta exclusión que hizo la siempre deleznable Academia el año pasado es una de las razones por las que Gyllenhaal está nominado desde antes que se estrene el filme, algo que sin dudas tiene su apoyo en la realidad más allá de no ser una performance tan profunda como la que realizó en la fenomenal e ignorada Nightcrawler (2014).
Billy Hope (Jake Gyllenhaal) es el mejor boxeador libra por libra del mundo. Cuando termina la pelea que da inicio al filme, lo tenemos ante nosotros festejando que continúa invicto y que se encuentra en la cúspide de su carrera. Más allá de tener el cuerpo ya demasiado castigado, Billy está muy feliz con su mujer Maureen (Rachel McAdams) y su hija Leila (Oona Laurence) algo que no le importa demasiado a su inescrupuloso manager Jordan Mains (Curtis Jackson) que solo busca sacarle todo el jugo posible a su luchador. El problema es que esa pelea de la que venimos, no fue el paseo que todos esperaban sino más bien una guerra que le costó demasiado a Billy y que lo dejó excesivamente golpeado y casi sin poder moverse.
El golpe por golpe nos recuerda a cualquiera de las peleas de Rocky Balboa, que hasta llegó a bloquear golpes con la cabeza contra todos sus rivales. Maureen desea que su marido no pelee más, que se retire y que no sufra porque es consciente de que un golpe mal recibido puede terminar con su vida o privarlo de pasar muchas cosas de la mano de su pequeña y simpática hija. Luego de recibir un desafío en público estilo Mohammed Alí de parte de Miguel "Magic" Escobar (Miguel Gómez), decide reflexionar acerca de su futuro. Rechaza un contrato de tres peleas por una suma de 30 millones de dólares con HBO y anuncia en su evento anual de caridad - él y su mujer son hijos de un orfanato en Hell's Kitchen- que ya no tiene nada más para darle al boxeo.
Y aquí comienza el melodrama: Escobar irrumpe en la cena e increpa a su mujer para lograr una reacción. Hope se le lanza encima y en medio de la pelea de amigos y guardaespaldas de ambos lados, una bala perdida termina con la vida de Maureen. Lo que sigue es conocido: llegan el descontrol, la desesperación y el aislamiento de parte de Billy. Se entrega al alcohol y busca matar a Escobar, perdiendo la brújula por completo al punto de firmar - debido a que entra en la quiebra en medio de maniobras sospechosas de su representante- el contrato con HBO e ir a pelear sin preparación contra un rival menor que lo apalea y le saca el cinturón con facilidad con un knock out técnico humillante. Termina en la ducha del vestuario, llorando solo y preguntando si todavía queda alguien allí. Todos los que en el éxito lo acompañaban a todos lados, esa noche no están allí. Suspensión por golpear al árbitro, hija que es llevada por servicios sociales, entra en el filme Tick Wills (Forest Whitaker) entrenador del único boxeador que lo venció en su carrera con claridad y comienza el camino hacia la redención y la revancha.
Southpaw, como pueden apreciar, es un compendio de lugares comunes de los filmes de boxeo y de revancha. Tiene pedazos de muchos clásicos del género pegados uno encima del otro al estilo Frankenstein y completa el cuadro un guión 100% predecible. Todos sabemos desde el primer segundo que es lo que va a suceder en el desarrollo del filme y como va a terminar la historia, pero nos quedamos a mirar sin problemas ni complejos los 124 minutos de duración que tiene la película. Lo que se puede rescatar dentro de este mar de clichés es que el camino hacia la recuperación total no es veloz sino más bien espinoso y con muchos obstáculos. Fuqua no se la hace fácil a su protagonista y plantea a la suciedad y al espíritu callejero de los projects como la plataforma de despegue para quien ha sufrido la peor de las caídas.
En lo que respecta a las actuaciones, el trabajo para el crítico es mucho más fácil. Jake Gyllenhaal entrega otra performance sensacional, con una nueva transformación física inversa a la que realizó el año pasado. Muy metido en su personaje, dándole sentimientos a esa mole que construyó en base al entrenamiento intensivo al que se sometió por varios meses. El sufrimiento de su infancia está tatuado en su cuerpo y con un rostro expresivo como pocos hace que cada uno de sus encuentros con su hija en el edificio de los servicios sociales nos duela en lo más profundo del corazón. La química con sus co-protagonistas es fenomenal y esta vez apunta sin dudas al Oscar - y a varios premios más- pues lleva a la película sobre sus hombros y con su presencia logra que sea algo más que un producto ordinario.
Rachel McAdams y Forest Whitaker llevan adelante una gran labor en roles más bien secundarios, cada uno mostrando su talento y que pueden interpretar cualquier rol que les pongan por delante. No son personajes originales, pero ambos le agregan su toque a cada uno de ellos y los rescatan del olvido en el que habrían caído con un mal casting. Con sus interpretaciones hacen que el cliché se haga por un rato invisible, cuestión que es sin dudas muy difícil de conseguir. Mención aparte para Oona Laurence que se lleva todos los aplausos en la piel de una niña que pierde todo desde muy pequeña y que no encuentra una razón para existir de allí en adelante. Su química con Gyllenhaal es excelente y la relación entre padre e hija - en sus varios estadíos- es de lo más rescatable de Southpaw.
Las peleas están muy bien filmadas, en lo técnico no hay ningún reproche para hacerle al director que nos bombardea con planos eléctricos incluido el clásico Point Of View con la cámara moviéndose ante cada golpe recibido. La banda sonora y el soundtrack a cargo de Eminem son una obra maestra y ayudan a crear una atmósfera que oscila entre la tensión y la adrenalina. La crítica al boxeo, al negocio en el que se ha convertido, no podía estar ausente y el vehículo es el manager (gran trabajo de Curtis "50 Cent" Jackson que mejora a cada filme) que reúne todas las cualidades menos la vergüenza y la dignidad.
Southpaw es un filme que sería del montón si no fuese por la excelente labor de sus protagonistas secundarios y por la gigante performance de Jake Gyllenhaal. La estructura es la misma que la de Rocky III y la palabra "redención" es mencionada cada dos minutos con un ritmo de a ratos insoportable. A pesar de todos los puntos negativos, se imponen la emoción y el trabajo de los actores, que convierten un guión normal y corriente en uno emotivo y épico. Antoine Fuqua es sin dudas un muy buen director, pero es hora de que cambie un poco de aire ya que no siempre va a tener a su disposición una tropa de actores talentosos para que le salven la ropa al final del día y hagan de productos como Southpaw algo mucho mejor de lo que en realidad son. Eso sí, el cierre es tremendo, algo en lo que este realizador nunca suele fallar.
Puntaje: 6.5/10
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