martes, 29 de marzo de 2016

The Revenant

Hasta el final de los tiempos, The Revenant o El Renacido será recordado como el filme que le dio su merecido Oscar al Mejor Actor a Leonardo Di Caprio. Basada en una historia clásica norteamericana y dirigida por Alejandro González Iñárritu, este filme se adentra en el infierno del que tuvo que salir el cazador Hugh Glass, que luego de perder a su hijo en las manos de su peor enemigo y ser dado por muerto, logró recuperarse y concretar su venganza. Más allá de la historia, ya conocida por todo el mundo, The Revenant es una película tan intensa como polémica, algo que se puede observar en toda la filmografía del exitoso director mexicano.

No hay filme de Iñárritu desde su primer gran éxito, Amores Perros, que no pase por el ojo crítico sin dejar rastros. En una era donde el cine que vende la mayor cantidad de entradas suele estar más atado a los efectos especiales que a los debates alrededor del estilo y la idea a la hora de filmar, es imposible negar que más allá de todos los defectos que se le pueden señalar al realizador latinoamericano, sus productos son disparadores de esas viejas charlas acerca del cine - algo que sucede con pocos directores hoy día, Quentin Tarantino es el mejor ejemplo de esta tendencia en vías de extinción- y al mismo tiempo rinden en la taquilla como las grandes productoras y estudios esperan.




La historia ya la explicamos en el primer párrafo, pero hagamos el esfuerzo de cavar un poco más profundo: en 1823, una de tantas exploraciones del hombre blanco a lo salvaje termina en una emboscada de los indios. La masacre es cuasi absoluta y los sobrevivientes quedan a la deriva río arriba en un territorio que no conocen. Lejos de su base, Hugo Glass (Leonardo Di Caprio) y John Fitzgerald (Tom Hardy) se muestran como las dos figuras fuertes dentro de un grupo con hambre, frío y mucho miedo. Sabiendo que se encuentran expuestos a un nuevo ataque, los problemas internos no tardan en surgir.

La presencia del hijo de Glass, que casualmente es piel roja, complica la situación general y tensa al máximo posible la relación entre los dos protagonistas excluyentes. La decisión de abandonar el barco y adentrarse en el bosque es unánime, pero la lluvia, la nieve, el viento y el espesor del lugar hacen prácticamente imposible el avance a buena velocidad. Glass decide investigar a pie en soledad y comete el error de entrar en el perímetro de un gran oso y su cría, lo cual deriva en una lucha cuerpo a cuerpo entre el hombre y la naturaleza. La disparidad es lógicamente abrumadora y el cazador termina con el cuerpo destruido y su vida pendiendo de un hilo.




Cuando lo encuentran, es poco lo que pueden hacer para suturar sus múltiples heridas, aunque evitan que se desangre vivo. Logran estabilizarlo y comienzan a transportarlo en una gran camilla, pero al poco tiempo Fitzgerald comienza a presionar al Capitán Andrew Henry (Domhnall Gleeson) para que abandone a Glass y les permita a todos los demás regresar a salvo a la base. El odio es lo que mueve a Fitzgerald, que logra quedar en soledad con solamente un joven llamado Bridger (Will Poulter) y Glass y su hijo Hawk (Forrest Goodluck), a quien asesina ante los ojos de su padre - que nada puede hacer, pues está inmóvil- para luego enterrar vivo a su gran enemigo.

Milagrosamente, sucede lo que todos ya conocemos de antemano: Glass sobrevive, logra ponerse de pie y comienza a transitar lentamente su largo y duro camino hacia la venganza. La nula piedad de la naturaleza, sus heridas a flor de piel y los indios que lo persiguen completan el panorama para que de allí en adelante la historia se divida en dos partes que viajan en paralelo hasta cruzarse en el epílogo.




Es interesante el hecho de que el guión, la imagen y las actuaciones logren que una primera hora sin demasiada acción, con pocos escenarios y con diálogos cortos y mascullados sea dinámica y mantenga la atención del espectador. Los cortes de escena son ley, algo habitual en Iñárritu, y esta vez el movimiento de cámara seleccionado por el director es la panorámica, uno que gracias a la belleza y profundidad de los paisajes hace que cada cuadro sea muy estético.

El recurso de llenar espacios vacíos con majestuosidad puede ser pomposo, más si hablamos de este director en particular, pero eso ya es parte del análisis subjetivo. No es descabellado suponer que todos esos silencios contemplativos son la roca fundacional, la base sobre la que se erige The Revenant.




Gran parte de las escenas tienen en su centro a Leonardo Di Caprio - que demuestra todo su talento en un trabajo poco habitual, mereciendo el Oscar y mucho más por ello- y al sufrimiento constante por el que debe pasar su personaje, que no consigue paz hasta en los momentos en los que tenemos la impresión de que todo va a salir mejor. Un tour de force absoluto que lo lleva a caer desde peñascos muy altos, a sobrevivir a la deriva en los rápidos, a enfrentar un oso gigante, a escapar contínuamente de los indios, a dormir dentro de un caballo muerto y demás experiencias que marcan el viaje de Hugh Glass.

Las batallas con los indios están filmadas de una manera impecable, a pura crudeza, con los planos generando la sensación en el observador de estar en el medio de la contienda sangrienta. Todas las escenas de The Revenant son 100% explícitas, sin guardarse absolutamente nada, siendo un ejemplo acabado de esto la pelea con el oso: la brutalidad es notable, con el cuerpo de Glass siendo destrozado poco a poco por un animal tan majestuoso como mortífero, que debido a las leyes de la naturaleza lo deja al borde de la muerte.




Hay un fantasma moral que persigue a todos los involucrados en la farsa, en encubrir la muerte de Glass, que parece materializarse en la presencia de este, observando desde todos los rincones del mundo. El chamanísmo está presente, era imposible que faltase, un cliché sin dudas innecesario ya que no le agrega más que misticismo artificial al filme.

El trabajo de imagen es sin lugar a dudas lo mejor de The Revenant, una obra de arte por sí solo, con una colección abrumadora de paisajes hermosos, de los más puros que se pueden encontrar en el globo. Todos ellos filmados con una maestría innegable que hace que sea difícil como mínimo el no sucumbir ante la belleza y vastedad de un mundo que lejos de las grandes ciudades sigue estando allí para que lo descubramos.

Al mismo que tiempo, se ocupa de meterse de lleno en un tema siempre incómodo para los norteamericanos: la masacre y el robo de tierras por parte del hombre blanco y "civilizado" a los pueblos originarios, pobladores de ese territorio desde mucho antes de la llegada del a veces mal denominado "progreso".




La batalla final entrega al espectador todo lo que venía anunciando desde el inicio del filme: sangre e intensidad, sin efectos especiales ni retoques, dos hombres luchando mano a mano en el medio de la nada. La venganza llega, pero la manera en la que es ejecutada se ajusta al planteo ideológico del director, algo que para su fortuna resulta muy positivo para la historia. Los valores del personaje y la crítica a la masacre de los pueblos originarios quedan resumidos en una escena que cierra una película que desde su estreno viene dejando mucha tela para cortar.




PUNTAJE: 8/10













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