sábado, 19 de septiembre de 2015

El Clan


Ha llegado la hora de hablar un buen rato de la figura de la cartelera de invierno. Sería de necios negar que El Clan, de Pablo Trapero, obtuvo sus números actuales - en constante crecimiento, cerca del récord- debido al prestigio del director, la presencia de varios actores y actrices de peso/actualidad y al morbo que generó el resurgimiento del caso Puccio. Uno que estremeció al país en los 80' y que mediante un muy poderoso aparato publicitario - más un libro intenso y una serie televisiva a punto de estrenarse- ha sido colocado nuevamente en el centro de los debates. Ahora, la verdad es que como historia es muy interesante y Trapero consigue dar en la tecla con su enfoque.

No creo que sirva de mucho explicar la historia, pues todos ya la hemos leído en las muchas críticas que tiene el filme, en el libro de Rodolfo Palacios que acaba de salir - muy interesante, lo recomiendo- y en los innumerables artículos y entrevistas que adornaron diarios y revistas durante más de dos meses donde el furor fue absoluto. Pablo Trapero es un director que ama el cine y se nota en cada una de sus películas, uno de los últimos exponentes del añorado cine de autor. Esta debe ser la que menos conecta en lo estilístico con toda su filmografía y está bien que así sea. Tal vez estemos ante el filme más mainstream y simple de la carrera de Trapero, algo que en el balance no resultó tan mal pues ha batido el récord nacional de venta de entradas y se ha llevado - con ovación de pie tras la proyección- el Leon de Plata en el Festival de Venecia.


El director posa su mirada sobre la relación entre Arquímedes Puccio (Guillermo Francella) y su hijo del medio, Alejandro Puccio (Pedro Lanzani). Todos los demás personajes, y hasta la misma trama siniestra, siempre aparecen como música de fondo. Claro que vemos como se orquesta cada secuestro, como la familia lo toma como algo cotidiano - tal vez lo más monstruoso del filme sea justamente eso- y como de a poco un joven rugbier con un gran futuro por delante va cayendo en las garras de un hombre frustrado, mediocre, gris y macabro. Para su mala suerte, algo que él mismo repetiría en el juicio posterior a su captura e intento de suicidio fallido, le fue imposible elegir a su padre y tuvo que sobrevivir en un ambiente hostil tanto fuera como dentro de la casa. Es interesante como Trapero y Lanzani logran que tengamos algo de simpatía por Alex, tarea difícil pues lo cierto es que estaba al tanto de todo y que en dos de los secuestros sirvió como carnada y como recolector del dinero. Y también, claro, era el "portero del infierno", encargado de abrirle el portón a su padre y sus socios cuando llegaban con un cuerpo en el baúl.


Los secuestros del Clan Puccio sucedieron entre 1982 y 1983 y Trapero los usa para explicar lo que fue esa transición hacia la democracia. Como mientras los amigos y socios militares de la SIDE lo protegían, Arquímedes - y otros varios colegas suyos- pudieron hacer lo que quisieron, total los secuestros sucedían a diario desde hacía mucho tiempo y nadie decía absolutamente nada por miedo. El final de la guerra de Malvinas es el punto de quiebre en la película, que coincide con el regreso del hermano mayor Daniel "Maguila" Puccio (Gastón Cocchiarale) tras una larga estadía en Nueva Zelanda - que no tarda en unirse al negocio familiar- y con el crecimiento tanto profesional como personal de Alex, muy cerca de dar el salto al exterior y de casarse con su novia Mónica (Stefanía Koessl). Todos sabemos de antemano como terminó la historia, pero viendo el desarrollo de las acciones lo cierto es que con la democracia aún fresca, la protección a Puccio se extendió hasta el máximo posible durante el secuestro de Nélida Bollini de Prado, que sería el último de la serie macabra. Hubieron advertencias desde arriba, pero Puccio con mucha altanería decidió ignorarlas por completo y seguir adelante con un plan motorizado, no ya por el dinero sino por la maldad y la sensación de impunidad absolutas. El hecho de que el mismo Arquímedes fuese el que realizaba las llamadas sin esconder su voz, es una marca importante de su personalidad. Y el que todas esas conversaciones estuviesen grabadas por el gobierno militar, la prueba de que Puccio jamás entendió un momento histórico del cual se creyó dueño.


Lo que no vemos en el filme es como fue que Arquímedes Puccio llegó a armar la banda con la que realizó esos 4 secuestros, los cuales 3 terminaron con la víctima ejecutada a sangre fría. Tampoco profundiza demasiado en el aspecto político, poniéndo todo el énfasis en la familia y en las relaciones entre Arquímedes-Alejandro y la de Alejandro con todo su entorno de amistades. El argumento clasista está presente, pues los Puccio no fueron una familia típica de San Isidro sino una más bien de clase media llana que miraba con resentimiento al resto de las personas que venían a saludarlos por el talento de sus 3 hijos varones a la hora de jugar al rugby. Todo esto se encuentra presente en El Clan, pero cuando se hace cine - a diferencia de un realizador de televisión- se debe elegir sobre que focalizar. Pablo Trapero nos sitúa en 1982 a la perfección desde el escenario, el vestuario y la música y nos propone ver un duelo entre padre e hijo que estalla en un cara a cara final que es imposible no dibuje una sonrisa en todos los espectadores.


Las escenas están filmadas con maestría, dignas de un director de la experiencia, el talento y el renombre de Trapero. Sin abusar de la cantidad de planos, logra imprimirle mucha dinámica a un filme que tiene tres o cuatro escenas donde hay acción real. La película se divide en dos partes y la pared es una brillante escena - para verla y aplaudirla hasta la eternidad- donde Trapero ejecuta una superposición entre la primera cita de Alex y Mónica - con una buena y jugada escena de sexo- y la ejecución pos-cobro de rescate de la primera víctima del clan. El tema de fondo es el famoso "Wadu Wadu" de Virus y las dos situaciones escalan en paralelo, combinando la oscuridad y la luz de una forma más bien original. Respecto de la musicalización, muchos opinaron que los temas elegidos eran demasiado alegres para una historia y ciertos momentos muy lúgubres, algo con lo que disiento. Es parte del ambiente que se construye que las canciones sean todas movidas y simpáticas, no olvidar que hay un predominio de sonido ambiente, que cada canción tiene un propósito visible a los ojos de cualquiera con ganas de mirar un poco más allá. Un mensaje bastante claro: parecía que habíamos salido de la oscuridad, pero todavía estábamos completamente inmersos en ella.


Guillermo Francella se luce en un personaje que está fuera de su órbita, mucho más que aquel gran papel que tuvo en El Secreto De Tus Ojos por el que también fue muy elogiado. Desde su aparición inicial, lo que nos transmiten sus ojos es el mal puro, ese mismo que se puede ver en la grabación de un Puccio que mientras agonizaba sostenía que no había matado a nadie y que había cumplido con un deber patriótico. Porque lo que el personaje nos transmite con el cuerpo, la mirada y sus frases es que siente que está haciéndole un favor a la patria al secuestrar y recuperar el dinero de "los ricos que arruinaron el país". Algo que no sonaría descabellado si esos billetes no hubiesen ido a parar a sus bolsillos y a los de sus hijos y socios. Tampoco si sus víctimas hubiesen sobrevivido, dato importante pues Francella deja muy en claro con su interpretación que Arquímedes mataba por mero placer. Un aspecto importante sobre el que bucea el guión es el complejo que Puccio tenía con sus hijos, a los que miraba con amor pero por sobre todo con tristeza y bronca porque sentía que no eran agradecidos con todo lo que él había hecho por ellos. Un hombre que, por ejemplo, sostenía que el éxito de su hijo Alejandro no se debía al talento y el trabajo de este, sino a los hilos que él teóricamente había movido. Puccio padre habría sido un muy buen candidato a Presidente en los tiempos que corren sin duda alguna.


Pedro Lanzani sigue demostrando que es un actor fenomenal, dejando atrás por completo el debate acerca de sus orígenes con Cris Morena. Le pone el cuerpo al enfrentamiento con un enorme actor como Francella y no desentona en ningún momento de la película. Es el verdadero protagonista de la historia y logra exhibir toda la fragilidad y las dudas de un muchacho al que la vida de a poco se le va desmoronando. De esa cara que pone cuando recibe de regalo una gran cantidad de dólares de parte de su padre por su buen trabajo, hasta la ruptura cuando decide cambiar su vida e irse con la mujer que ama para salvarse de un destino que lamentablemente para él ya estaba escrito. No se trata, como ya mencionamos, de afirmar que Alejandro Puccio no tuvo nada que ver y que fue otra de las víctimas. Pero en parte podemos decir que sí, porque las presiones a las que fue sometido por un padre psicópata - y una madre que era socia principal en el crimen, a pesar de haberse salvado de ir presa- al que solo le importaba lo propio terminaron por convencerlo de que esa "empresa" de secuestros express no era más que un trabajo para sostener a la familia y que al poco tiempo se terminaría.


El Clan es por sobre todas las cosas, una gran película y Pablo Trapero tiene muy merecidos todos los elogios y premios que viene cosechando. Lo de la venta de butacas es lo de menos porque el cine no se trata de eso, más allá de que un récord siempre llama la atención. Logra sacar lo mejor de cada uno de sus actores y tiene en Lanzani y Francella dos protagonistas de lujo que aceptan gustosos un duelo que tanto en la ficción como en la vida real, quedó inconcluso. No hay ninguna carencia en lo que respecta a la profundidad de cada uno de los temas, sino una elección - y omisión- consciente de ellos. Les recomiendo la mini-serie Historia De Un Clan, que puede servirles a quienes desean el detalle absoluto pues al estar compuesta por once emisiones semanales, es garantía de tiempo para abordar decenas de situaciones. Por lo pronto, como se puede ver en El Clan queda bastante claro que Pablo Trapero sabe elegir y muy bien.


Puntaje: 8/10